«Si hay alguien quien te pueda complacer en los peores momentos,
es un gato ronrroneando sobre tu pecho,
y alzando su cola a manera de saludo»
es un gato ronrroneando sobre tu pecho,
y alzando su cola a manera de saludo»
Por el año 2010, yo estudiaba en el colegio de secundaria. En una de las tantas visitas a mis relativos, mi primo nos comentó acerca de un gato que habían encontrado, su intención de comentarnos era para efectos de regalarnos, así que dispusimos de ese ofrecimiento por el cariño que tenemos hacia los mininos puesto que antes de este ya habíamos criado otros tantos que lamentablemente en su periodo de vida en nuestra casa murieron inexorablemente.
Nos agradó más porque tenía pelaje negro, largo, muy suave, es decir, era una Angora. Lo más curioso que nos impactó es que no maullaba -un gato especial sin lugar a dudas-, por el contrario hacía una especie de «glglglglgl», a pesar que tenía lengua. Ahora bien, pensar que estuviese afónico es una falacia porque así era su cariñosa forma de comunicarse: deliciosamente inigualable.
Lo llevamos en seguida a casa, tuvimos que adaptarnos en conjunto. Además que fue un placer compartir gratos momentos con él porque no era malicioso. Nos entregaron con el nombre de Gregory, pero preferimos cambiar, ajustar al nombre que han pasado y siguen pasando todos mis gatos: Coco (Coquito), por lo cual en la intersección de ambos (Greogry y Coco) resulta Goyo. Es una mezcla semántica tan graciosa, pero la esencia de esa combinación se sentía plenamente con Goyo.
Exactamente hace cinco años, 21 de junio, yo llegué de clases y mi mamá me recibió con el almuerzo y una noticia: «Han envenenado al gato. Ha muerto» ¿Saben lo destructible que es recibir esa noticia, mientras degustas los alimentos? Detuve la cuchara que se introducía en mi boca, dejé la comida, para reconsiderar lo escuchado e insistí en que me repitiera, sobre todo fui incrédulo en tal noticia. Mi mamá me reafirmó y me descongelé como los cubitos de hielos de mi refresco.
Mi gato fue encontrado en pésimas condiciones, con un olor nauseabundo en las escaleras que dirigían al techo. Esto sucedió en la madrugada, y cuando yo me enteré en la tarde, ya no había solución, estaba de por sí muerto, asesinado por la irracionalidad de algún vecino. Mi gato estaba enterrado para el mediodía, en algún hoyo de mi jardín. Yo llegué para arrodillarme ante el pasto, llorarle, recordar el tiempo compartido, mientras veía en el cielo las palomas volando en medio del céfiro, donde seguramente también se iba sustancialmente su alma.
Desafortunadamente tuve que aceptar las circunstancias como por ejemplo no haber llegado a tiempo para dedicarle un ritual en su velatorio, ni un momento para despedirse. Mi gato, mi queridísimo gato, que estoy muy seguro que se encuentra en un paraíso hedonístico, con su «glglglglgl» asombrando a otros de su especie. Por ahora yo sigo acá, en casa, encima del pasto, de su cuerpo, esqueleto, estructura, pelaje, observando su foto por cada vez que ingreso a mi Facebook.
Las personas que veían mi foto de perfil no entendían muy bien a qué se debía tanto amor por un «simple» gato. Lo reservaba tanto, que incluso pocas personas conocen acerca de él; es decir cómo era él, y su triste final. Pero esta vez quise compartir un momento sentimental que explica el porqué de tanta insistencia de aún seguir mostrándome con mi Gregory en la foto. Es una manera de complicidad, y tal vez un compromiso con él de expresar nuestra soledad, nostalgia.
A partir de él, sigo teniendo tantos gatos por cada temporada, y siguieron muriendo envenenados y solo algunos, muy pocos, huyeron para siempre. Sin embargo, mi mayor interés es reconocer hoy como el día de partida de mi gato, como el día de los gatos en mi hogar.
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